jueves, 6 de mayo de 2010

el atico


“Una pareja de recien casados, decide mudarse a una casa grande, de aspecto viejo por fuera, pero lujoso e intacto por dentro. Las paredes empapeladas de color amarillo con flores cubrían cada ambiente de la casa. La cocina rústica en el fondo del primer piso era lo que más le había llamado la atención a la Sra. Carante. Ella estaba acostumbrada a vivir en un pequeño departamento en la ciudad y al ver semejante cocina toda para ella en una gran casa, era lo que todo lo que había soñado en su vida.
El segundo piso, con sus tres habitaciones, todas con muebles de época, intactos, con espejos, bitácoras y algunos cristaleros.
La Sra. Carante tenia planeado cual iba a ser la habitación para cada uno. La recamara central seria la de ella y su reciente esposo, el Sr. Carante. La segunda, un poco más chica, para el pequeño que en pocos meses buscarían, y la tercera, la mas pequeña, para la niña que luego tendrían.
Todo era un sueño, excepto por una cosa: El ático.
El ático era oscuro y con una pequeña ventana. Guardaba pinturas viejas y retratos de personas que seguramente habían habitado la casa, pero se sentía algo extraño alli, una presencia extraña, o quizás era sólo la imaginación.

A los pocos días de mudarse el matrimonio, la Sra. Carante subió al ático un mediodía para guardar algunas cosas de su anterior casa que no servían, y sintió un escalofrío que le recorría el cuerpo. Sintió algo raro ese día y bajó rápidamente por las escaleras. Luego se puso a cocinar, y olvidó lo que había sentido.
Sin embargo, siempre dormía mirando el techo, siempre tenia una mala impresión por ese lugar.
Pasaban los días y las cosas empezaban a acomodarse lentamente. El Sr. Carante, se levantaba muy temprano desayunaba con su mujer y luego se iba a trabajar. Él era director de contenido en una revista y ella había sido su asistente hasta el día en que se casaron. Ese día, el Sr. Carante decidió que su mujer podía ayudarlo con su trabajo desde su casa, sin la necesidad de salir a trabajar. Y ella, se dedicaba a sacar fotos de paisajes y cosas que le llamaran la atención y las revelaba en su casa.

Una mañana, él se levantó para ir a trabajar y aún no había amanecido. Tomó su desayuno, leyó su diario y salió, sintió un ruido extraño, pero no le dio importancia.
Ella por su parte recordó que su vieja cámara de fotos se encontraba en el ático y subió a buscarla. Ese día en particular, se dio cuenta de que había algo o alguien más allí.
Volvió a sentir el mismo escalofrío de aquella vez, pero esta vez fue mas intenso y se acompañaba por un leve sonido que parecía como si alguien le respirara en la nuca. Ella dejó soltar unos libros que tenía en sus manos, tomó la vieja cámara y salio corriendo.
La vieja cámara había dado unos disparos de flash justo cuando ella la agarró.

La Sra. Carante quiso contarle esa noche lo sucedido a su esposo, pero éste, solo alcanzó a soltar una risa haciendo caso omiso a la confesión de su mujer.
Luego del episodio, el matrimonio subió a acostarse. La Sra. Carante seguía pensando en lo ocurrido. Otra noche más mirando el techo, otra noche más que sus pies se enfriaban.
Otra noche que sentía el palpitar de su corazón agitado. Finalmente se durmió.


A la mañana siguiente se levantó, preparó el desayuno y se sentó en la mesa con su marido. Silencio.
El Sr. Carante ese día no iba a trabajar así que decidió ir a buscar sus herramientas y arreglar cosas de la casa que habían quedado pendientes.
Mientras tanto, la Sra. Carante salió de su casa a tomar fotos de árboles, era lo que mas le gustaba de haberse mudado al campo, los árboles y la soledad. El no escuchar bocinas de autos, gritos y ladridos de perros de la ciudad.
Ese día el Sr. Carante sintió algo extraño, luego de haber arreglado lo que tenía que arreglar, se sentó en su sofá preferido y se puso a leer su libro. Cuando quiso mirar la hora, sintió un olor extraño en la habitación, y un sonido parecido al del respirar fuerte. Su pecho se sintió invadido por un extraño dolor, que luego supo que era miedo. Eran las 8 de la noche. Siguió leyendo. Volvió a mirar el viejo reloj del living, éste no marcaba el pulso normal, parecía más acelerado. Como si se fuera acelerando cada vez más. Campanadas. Miró nuevamente la hora. Las 9.15hs.Le pareció raro que el tiempo pasara tan rápido, pero no era el tiempo lo que pasaba rápido, era alguien que movía las agujas a propósito.
El Sr. Carante subió por las escaleras y fue a contarte todo a su mujer, aterrorizado y acobardado. Decidieron esa noche dormir con la luz prendida.
Los días pasaron y nada raro ocurría, o mejor nada nuevo. Los escalofríos estaban y de vez en cuando un olor nauseabundo se les posaba en sus narices.
Una noche, el Sr. Carante, se fue a acostar temprano porque no se sentía bien, tenía fiebre y estaba pálido, con lo cual, su mujer le ordenó ir a la cama y acobijarse bien.
Esa noche todo fue insólito, la Sra. Carante terminó de lavar los platos y volvió a sentir la presencia que tanto la desconcertaba, volvió a sentir un aliento detrás de su nuca y un respirar que se acompañaba de una minuciosa voz, una especie de susurro. Palpitaciones, angustia y miedo.
En el mismo momento se oyeron nuevos pasos en el ático. El Sr. Carante estaba reposando y pudo ser testigo de esos ruidos, se dio cuenta que su esposa no exageraba cuando le contaba lo que le había sucedido aquel mediodía cuando subió a buscar su vieja cámara. Los pasos cada vez mas fuertes. Sintió el rechinar de una puerta y sintió también como si alguien bajara por las escaleras rápidamente. Oyó un plato caerse al piso y un grito de mujer. Un grito de horror.
Su piel ya era pálida y su corazón era una bomba de tiempo, sentía que en cualquier momento le iba a explotar. Con todo el pánico que sentía se levanto rápidamente y bajo por las escaleras al grito de: ”¡Querida!, ¿estas bien?” y al bajar no vio a nadie.
Otra vez sintió pasos lentos que luego se hacían veloces, caminando despacio se fue acercado al living y de repente ¡El reloj empezó a dar la hora!
El Sr. Carante saltó del susto y vio también un reflejo en el viejo reloj…más pasos…más ruidos de latidos…más respiración agitada…y ningún sonido provenía de su cuerpo. Era como de alguien que estaba allí, alguien que se sentía pero no se veía.

Se le ocurrió bajar al sótano a buscar a su mujer, allí en el sótano se encontraba su estudio de revelado y con un palo de amasar en la mano bajó despacio por las escaleras, no vio a nadie… otra vez lo pasos corriendo sobre su cabeza.
Vio las fotos que allí colgaban esperando secarse y no podía creer lo que en ellas se reflejaba, una persona en cada destello con la cara desfigurada y con el entrecejo fruncido.
Volvió a subir tras escuchar nuevos gritos, otro plato que se rompió. Subió desesperado y solo se escucho un portazo, esta vez era la puerta del ático. Volvió a subir a las escaleras que daban a la recamara y sintió que algo le respiraba en la nuca, sintió el olor nauseabundo y sintió también que algo lo empujaba, algo que él no podía controlar.
Tratando de hacer fuerza para mantenerse en pie, finalmente se rindió y rodó por las escaleras…
El Sr. Carante yacía muerto en el piso del living, el reloj daba la hora nuevamente y se escucharon los pasos otra vez alejarse desde el living hasta el ático…
La respiración finalmente desapareció…sólo se alcanzó a oír una risa final, monstruosa escalofriante…El reloj dio la hora una vez más….y la puerta del ático se cerró fuertemente

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