sábado, 19 de junio de 2010
dos cuentos cortos y raros.
La luz que entró por la ventana se posó junto al cuello de aquel, donde estaba la abeja que confundía su aroma con el perfume de la miel.
Allí donde la sombra no existe y el alma aparece de la forma más extraña.
Allí se encuentra él, tirado en la cama, mirando el techo, pensando en la nada.
Donde habitan los mejores recuerdos, está él, donde quiere volver a su infancia y jugar con aquella pelota de cuero o de trapo que de niño se llevó más de un tiempo perdido.
Allí está él, instalado en el pleno descanso de su cuerpo, sintiendo como su sangre circula de a poco y contando tal vez los segundos que faltan para dormirse.
No dijo nada. Ni una palabra.
Solo quedó inmóvil y luego se durmió.
Las bocinas de los autos no hicieron demasiado ruido, a pesar del tráfico que se asomaba.
Ni los gritos de aquella salida del colegio de en frente lo despertaron.
Estaba cansado. Pero más que cansado por las cosas que lo habían desgastado, estaba cansado de ser él.
Ese día llegó como siempre, a la misma hora, con la misma rutina.
Ese día sintió que era particular.
Miró la cama enfundada de viejos trapos y la luz de la ventana desplegaba un resplandor sincero. Un resplandor de mediodía.
Su cuerpo caía desplomado, y con un último respiro, miró el techo y se sintió digno de retirarse a su letargo.
No dijo nada. Ni una palabra.
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Nosotros los tres:
Volviendo a pensar en lo que rondaba por mi cabeza, estábamos los tres. Mi incoherencia, mi sabiduría y yo.
Estábamos los tres sentados en la mesa, dispuestos a tomar el té.
Yo preparaba las tazas, mi incoherencia las ignoraba y mi inteligencia me explicaba de qué manera podía hacerlo mejor.
Nunca entendí nada de esos encuentros. Sobre todo porque aquellos dos, nunca se llevaron bien.
Y yo, en el medio como siempre. Tratando de lidiar con ambos y buscando alguna solución.
Era inútil. La incoherencia quería sobresalir como siempre, pero la inteligencia no la dejaba.
Y yo que más da, allí estaba. Y a veces hasta me reía.
Volviendo a recordar el último instante, recuerdo una conversación que nos llevó a los tres a pensar un poco más. Incluso a la vaga incoherencia que siempre pasaba el rato diciendo cosas que no tenían sentido. Pero que en algún punto estaban bien.
Fue entonces cuando dijimos de hacer algo los tres.
Yo puse la casa, y los demás las ideas.
La incoherencia quería hablar, la inteligencia no la dejaba.
Hasta que decidimos que lo mejor era preparar una obra, algo que fuera nuestro y que los tres participáramos. Una pintura sería ideal.
La inteligencia, nos explicaba de cómo hacerlo bien. La incoherencia, simplemente seguía sus impulsos. Yo, por mi parte, pintaba y hacia lo que ellos me decían.
Una obra final, una imagen contemplada. Allí los tres estábamos mirando aquello que era nuestro. Allí los tres, no creíamos que fuera tan lindo.
Allí los tres llegamos a una conclusión. Para crear algo hermoso, no sólo la basta la inteligencia, si no también la incoherencia.
Y yo, por mi parte, haciendo lo que ellos me decían.
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Hola usare tu cuento el de ''Nosotros los tres'' para un trabajo :) de una mancha .. me gusto mucho
ResponderEliminarme encanto este cuento por q esta super chebre y creo q voy a sacar buena nota
ResponderEliminaroye estoy de acuerdo con tigo 2 esta super guau esos cuentos
Eliminarhuau
ResponderEliminarestas loca
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