sábado, 26 de junio de 2010

El hombre que nunca olvidó:

Abrió los ojos y sólo pudo ver la imagen borrosa de aquella botella de vino que se acostaba en la mesa.
Otra noche tratando de olvidarla, otro intento fallido.
Sus ojos parpadearon lentamente y en un momento se preguntó que habría ocurrido la noche anterior.
Su cabeza le dolía y parecía como si alguien lo estuviera golpeando fuertemente.
Quiso levantarse, pero allí seguía, sin decir una palabra.
De repente, miró el vaso que rodaba por el piso de madera y abrió su boca.
No se sorprendió del olor a licor barato que de ella salía, ni tampoco se espantó al ver su desaliñado rostro en el espejo.
Solo pensaba en volverla a ver. Solo tenía en su cabeza, los recuerdos de aquella ida prepotente y veloz que lo dejó sin aire. Esas imágenes se repetían una y otra vez, recordándole el peor daño que su corazón había sentido en toda su vida.
Allí estaba él, dando vueltas por la casa, vistiendo la misma ropa de hace unos días, recordando a la mujer que amó.
De repente sentado en la mesa, no hacía más que pensar en no volver a tomar.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas que recorrían su mejilla y terminaban en su mentón barbudo.
“Los hombres no lloran”- susurró bajito y limpió su cara.
Era increíble como pasaban los minutos, los días, los años y él seguía igual. Esperando que regrese.
Ni un sonido en el teléfono, ni un alma tocando su puerta. Estaba solo y rodeado de botellas vacías. Esas fieles compañías que lo hacían viajar en el tiempo hasta dejarlo ciego o dormido.
Pero él no quería otra vida así, no quería pasar otro día igual.
Lentamente se puso de pie, caminó hacia el baño, lavó su cara y se marchó.
Las calles le parecían pequeñas y oscuras. Distintas a aquellas coloridas y otoñales que recorrió junto a su amor.
El frío viento fue la única caricia que recibió ese día. El único susurro que sintió en sus oídos.
Y la retórica pregunta en su cabeza: ¿volverá algún día?
Las hojas de los árboles lo vistieron por breves segundos, y sus pasos parecían pesar más y más con cada segundo que pasaba. Estaba cansado, no tenía dónde ir, ni a dónde volver.
Por fin observó unas puertas viejas y oscuras, con un olor familiar y un no se qué, que le pedía que entre.
Agachó su cabeza y solo se dejó llevar. Era inútil, nunca iba a cambiar. Nunca iba a regresar tampoco.
Divisó al mozo que pasó junto a su lado, levantó la mano e indicó otra medida.
Otra noche que pasaría. Otro día había acabado.
Y él allí, con su licor que lo había hecho perder todo.
Sus lágrimas volvieron a caer, sus ojos se empañaron.
La retórica pregunta volvió a su cabeza:¿volverá algún día?
Finalmente abrió su boca y susurró:”los hombres no lloran”…bebe hasta morir…
Secó sus lágrimas, echo a reír y deseó que todo termine rápido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario